De tales cosas, y de bastantes más
semejantes a éstas y mayores, nacieron miedos diversos e imaginaciones en los
que quedaban vivos, y casi todos se inclinaban a un remedio muy cruel como era
esquivar y huir a los enfermos y a sus cosas; y, haciéndolo, cada uno creía que
conseguía la salud para sí mismo.
Giovanni
Boccaccio. El Decamerón. Primera
jornada.

Repasemos
el informe de 1770 sobre las ayudas del Prior a los pobres del pueblo y veamos
unos datos particulares que entran en los aspectos más íntimos. Ya hemos
explicado que sólo aparecen nombres de varones mayores de edad y cuando se
inscriben mujeres y menores se señalan los hombres de referencia. Ponemos aquí
una tabla con una selección de ejemplos particulares en diferentes momentos,
todos son pobres y reciben la ayuda de 3 reales de vellón los adultos y 2
reales los párvulos.
La esposa de José Díaz Avilés, se recuperó después de
24 días enferma, a sus 30 años tuvo la fuerza suficiente para superar la
enfermedad. Algo más le costó a la viuda de Manuel Jimeno, seguramente es
Agustina Díaz[1]
que vivía en la calle de Herencia con fachada a Oriente, con sus 70 años bien
superados, se ha recuperado después de 28 días de sufrimiento y cuidados
médicos. Francisco Romo de 50 años, es un mayoral que ha necesitado 21 días
para recuperarse y una tímida alegría volvió a su casa de la calle del
Toledillo. 23 días ha estado postrado el hijito de 3 años de Francisco Alejo,
antes de sanar. La hija de la viuda de José Guardia, Antonia, soltera de 40
años bien cumplidos estuvo 26 días enferma y ayudada con 78 reales de vellón
que paliaron momentáneamente su estado de pobreza.
José Avilés, Manuel Alberca e Ignacio Yébenes
vivieron unas Ferias amargas, sus hijos respectivos de entre 4 y 5 años
murieron en los días 13 y 15 de septiembre. A Ignacio le quedó el consuelo de
otro pequeño recuperado.
Más tarde, Francisco Criado y Juan Santos, pierden una
hija y dos hijos respectivamente. La tristeza no abandona a los más afectados.
Pedro Fernández sonríe cuando comienza el mes de octubre, su retoño de 12 años
es declarado sano.
Merece la pena pararnos en la última fila de la
tabla, ante el único ejemplo de una mujer que acumula excepciones: la Ciega. Supera a todos en días de
atención, 86; es la única persona nombrada sin referencia masculina; cobra 2
reales de vellón por día de enfermedad, como si fuera un párvulo y tiene 50
años. ¿Qué explicación le podemos dar a este caso especial? Es muy posible que
se trate de Ángela Francisca Quirós, pobre
de solemnidad y sola, así se la nombra en el Catastro de Ensenada, 19 años
antes. Esta mujer era socorrida por la comunidad de Villafranca y durante la
epidemia de 1770, alguien con poder de decidir pudo ver la oportunidad de
apuntarla a las ayudas del Prior, así “sin hacer mucho ruido”, desde el 4 de
agosto al 28 de octubre recibió una dilatada ayuda de 2 reales de vellón, como
un párvulo, para no aparecer en las listas como onerosa. Fue diagnosticada de
“calentura lenta”, enfermedad muy extraña entre las que aparecían en el informe
(tabardillos, llagas, tercianas, anginas, carbuncos). En este ejemplo queremos
ver una nota de sentido común.
Ahora hemos
de saltar a los años 1854 y 1855 con una epidemia de cólera por todo el
territorio peninsular. Ya hemos explicado sus características y cómo afecta
esta enfermedad a Villafranca.
Los
aspectos humanos que podemos añadir vienen de la mano de la transcripción de
las actas de la Junta de Sanidad de Villafranca que nos ha proporcionado Luis
Oliver Mora a quien agradecemos su trabajo y disposición.
El 10 de
septiembre de 1854 se constituye en nuestro pueblo la Junta de Beneficencia,
Sanidad y Hospitalaria siguiendo las instrucciones de la Diputación Provincial
en su circular nº 8. Presidida por el alcalde don Gil Fernández y 11 miembros
más. Tenía el cometido de preparar todo lo necesario para mantener a
Villafranca libre de cólera y si se producía el contagio masivo debía proveer
al pueblo de las medicinas idóneas “para los socorros a domicilio” y de otros
productos convenientes como el arroz y la mostaza. Los dos mayores
contribuyentes formaban parte de la Junta según la ley (don Juan Alfonso
Álvarez de Lara y Antero Marchante) y la primera actividad de esta institución
fue proceder a una cuestación ordenada por la Diputación. Con estos detalles
nos hacemos una idea de su financiación.
Los nervios
y el miedo de la gente ante el gigante invisible de la enfermedad afloraron en
algunas medidas tomadas por esta Junta:
1. Miedo
al forastero: El 8 de octubre de 1854 se acuerda (…) que ninguna persona que venga de pueblo infectado sea admitida en la
villa. Que los carreteros forasteros con sus caballerías que vengan de pueblo
infestado, paren en la casilla de Eulogio Rullo.[2]
2. Miedo
al que se atreve a salir del pueblo: En el mismo día se toma la decisión de (…)
que los vecinos de esta villa que vengan
de los pueblos infestados, pasen a la casa de las lagunas de observación por
los días que se les señale. Ahora hablamos de cuarentenas, pero Villafranca
ya las aplicaba en 1854 a los que viniesen de fuera, distinguiendo entre
forasteros y vecinos.
3. Nervios
que hielan el ánimo: Un caso particular puso en estado de alarma a esta Junta y
desazonó a los vecinos. Comenzando la segunda quincena de octubre, llega a
Villafranca, procedente de Quero, una mujer atacada de cólera, doña Joaquina
Roca Mora Mazarambroz. Es alojada en una casa de las afueras, la de Justo
Infante. Venía de asistir en el pueblo vecino a don Vicente Mazarambroz, quien
murió de la misma enfermedad. Debieron considerar difícil su recuperación y fue confinada en esa
casa con las medicinas necesarias. El día 17, fue enterrada en el cementerio de
la villa. Se redobló la vigilancia en los caminos de acceso. A pesar de este
monumental susto, Villafranca permaneció libre de cólera todo el año 1854.
4. La
caída y la tristeza: El azote de la enfermedad sobrevino entre agosto y octubre
de 1855. Villafranca contaba con una Junta de Sanidad experimentada y con un
médico decidido. Ya hemos visto sus detalles.
Imaginemos el miedo de los vecinos durante estos dos
años. Primero recelando de todos que vienen de fuera, vigilando las entradas y
exigiendo la correspondiente cuarentena a forasteros y vecinos viajeros.
Terror, aislamiento, resignación y recurrencia al médico y a la oración. Si
miramos antes en 1770 los ánimos estarían igual o más desgastados pues la
mortandad fue muy, muy superior.
Después de este relato de unos hechos pasados y
reales en nuestro pueblo encontramos semejanzas en actuaciones y en respuestas
sociales. Las cuarentenas fueron
recurrentes cada vez que una amenaza invisible se cernía sobre una población
ignorante. El aislamiento en casa
fue una opción, especialmente de los potentados que se permitieron separarse de
la sociedad mundana e infecta, un buen ejemplo es un grupo de jóvenes imaginado
por Boccaccio que abandona la ciudad de Florencia, asolada por la peste, y
viven una temporada vacacional contando historias. En nuestro caso los
documentos estudiados no nos cuentan más que el aislamiento previsto de la
comunidad ante los peligros de infección forastera. La dedicación de los médicos en casos de extrema necesidad como las
epidemias está constatada en los esmerados informes que nos han dejado. La solidaridad de la comunidad aparece
en diferentes momentos, en 1770 los más ricos pagaron un cirujano para ayudar a
todos; en 1855 los mayores contribuyentes formaban parte de la Junta de Sanidad
no sólo por su educación, fueron una manera de encontrar financiación rápida
junto a las cuestaciones necesarias. Cuidado del ánimo de la comunidad, en todo momento, una sociedad sumida en el
desánimo es una sociedad derrotada y las enfermedades se vencen con espíritu de
victoria, luchando. Aquí podemos nombrar las órdenes de supresión del toque de
difunto mientras el cólera estuvo en nuestra villa, los consejos del médico
para que se hable con los enfermos procurando que no piensen en su dolencia.
Por último, siempre aparece la gran regla: los
más pobres siempre ponen más enfermos y más muertos, peor suerte aún suelen
correr si además de pobres son niños, como los hijos de Juan Santos en
septiembre de 1770.
La historia
nos deja muchas lecciones y el tiempo nos da oportunidades de aplicarlas,
aunque, si repasamos los hechos, veremos que la tenacidad del hombre en repetir
sus pecados de egoísmo es inmejorable. Estamos ante la mayor oportunidad de
entender nuestro Mundo y de mejorar soluciones que se han aplicado de manera
puntual: la comunidad tiene un poder colosal, increíble, el esfuerzo individual
aplicado al bien común, organizado y sin el veneno de los intereses
particulares y tóxicos, alcanzaría cotas nunca vistas. La pena, la gran pena es
que de nuevo se impondrá la resignación de lo que tenemos, de lo que hay.
Félix
Patiño Galán
[1]
Cruzando estos datos con el Catastro de Ensenada para Villafranca en 1752,
podemos detectar el nombre y la situación de algunas personas.
[2]
Archivo Histórico Municipal de Villafranca de los Caballeros. Actas de la Junta
de Sanidad, Beneficencia y Hospitalaria. 08-10-1854. Aportadas y transcritas
por Luis Oliver.
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