LAS EPIDEMIAS Y LA RESIGNACIÓN DE LOS HUMILDES – 3




De tales cosas, y de bastantes más semejantes a éstas y mayores, nacieron miedos diversos e imaginaciones en los que quedaban vivos, y casi todos se inclinaban a un remedio muy cruel como era esquivar y huir a los enfermos y a sus cosas; y, haciéndolo, cada uno creía que conseguía la salud para sí mismo.
                Giovanni Boccaccio. El Decamerón. Primera jornada.


Continuamos con los hechos que venimos analizando en esta serie de artículos; Villafranca de los Caballeros en 1770 y 1855, epidemias de llagas y de cólera respectivamente; ya hemos visto gran parte de los datos generales que aparecen en los documentos: la extensión de las enfermedades, su mortalidad, su ensañamiento con los desfavorecidos, sus causas, los síntomas y los remedios aplicados por los médicos. Ahora nos toca bajar y mirar de frente a algunos afectados, sentir el miedo y sufrir el dolor de los individuos y del grupo humano llamado Villafranca.

Repasemos el informe de 1770 sobre las ayudas del Prior a los pobres del pueblo y veamos unos datos particulares que entran en los aspectos más íntimos. Ya hemos explicado que sólo aparecen nombres de varones mayores de edad y cuando se inscriben mujeres y menores se señalan los hombres de referencia. Ponemos aquí una tabla con una selección de ejemplos particulares en diferentes momentos, todos son pobres y reciben la ayuda de 3 reales de vellón los adultos y 2 reales los párvulos.


                La esposa de José Díaz Avilés, se recuperó después de 24 días enferma, a sus 30 años tuvo la fuerza suficiente para superar la enfermedad. Algo más le costó a la viuda de Manuel Jimeno, seguramente es Agustina Díaz[1] que vivía en la calle de Herencia con fachada a Oriente, con sus 70 años bien superados, se ha recuperado después de 28 días de sufrimiento y cuidados médicos. Francisco Romo de 50 años, es un mayoral que ha necesitado 21 días para recuperarse y una tímida alegría volvió a su casa de la calle del Toledillo. 23 días ha estado postrado el hijito de 3 años de Francisco Alejo, antes de sanar. La hija de la viuda de José Guardia, Antonia, soltera de 40 años bien cumplidos estuvo 26 días enferma y ayudada con 78 reales de vellón que paliaron momentáneamente su estado de pobreza.

                José Avilés, Manuel Alberca e Ignacio Yébenes vivieron unas Ferias amargas, sus hijos respectivos de entre 4 y 5 años murieron en los días 13 y 15 de septiembre. A Ignacio le quedó el consuelo de otro pequeño recuperado.

                Más tarde, Francisco Criado y Juan Santos, pierden una hija y dos hijos respectivamente. La tristeza no abandona a los más afectados. Pedro Fernández sonríe cuando comienza el mes de octubre, su retoño de 12 años es declarado sano.

                Merece la pena pararnos en la última fila de la tabla, ante el único ejemplo de una mujer que acumula excepciones: la Ciega. Supera a todos en días de atención, 86; es la única persona nombrada sin referencia masculina; cobra 2 reales de vellón por día de enfermedad, como si fuera un párvulo y tiene 50 años. ¿Qué explicación le podemos dar a este caso especial? Es muy posible que se trate de Ángela Francisca Quirós, pobre de solemnidad y sola, así se la nombra en el Catastro de Ensenada, 19 años antes. Esta mujer era socorrida por la comunidad de Villafranca y durante la epidemia de 1770, alguien con poder de decidir pudo ver la oportunidad de apuntarla a las ayudas del Prior, así “sin hacer mucho ruido”, desde el 4 de agosto al 28 de octubre recibió una dilatada ayuda de 2 reales de vellón, como un párvulo, para no aparecer en las listas como onerosa. Fue diagnosticada de “calentura lenta”, enfermedad muy extraña entre las que aparecían en el informe (tabardillos, llagas, tercianas, anginas, carbuncos). En este ejemplo queremos ver una nota de sentido común.

Ahora hemos de saltar a los años 1854 y 1855 con una epidemia de cólera por todo el territorio peninsular. Ya hemos explicado sus características y cómo afecta esta enfermedad a Villafranca.


Los aspectos humanos que podemos añadir vienen de la mano de la transcripción de las actas de la Junta de Sanidad de Villafranca que nos ha proporcionado Luis Oliver Mora a quien agradecemos su trabajo y disposición.

El 10 de septiembre de 1854 se constituye en nuestro pueblo la Junta de Beneficencia, Sanidad y Hospitalaria siguiendo las instrucciones de la Diputación Provincial en su circular nº 8. Presidida por el alcalde don Gil Fernández y 11 miembros más. Tenía el cometido de preparar todo lo necesario para mantener a Villafranca libre de cólera y si se producía el contagio masivo debía proveer al pueblo de las medicinas idóneas “para los socorros a domicilio” y de otros productos convenientes como el arroz y la mostaza. Los dos mayores contribuyentes formaban parte de la Junta según la ley (don Juan Alfonso Álvarez de Lara y Antero Marchante) y la primera actividad de esta institución fue proceder a una cuestación ordenada por la Diputación. Con estos detalles nos hacemos una idea de su financiación.

Los nervios y el miedo de la gente ante el gigante invisible de la enfermedad afloraron en algunas medidas tomadas por esta Junta:

1.       Miedo al forastero: El 8 de octubre de 1854 se acuerda (…) que ninguna persona que venga de pueblo infectado sea admitida en la villa. Que los carreteros forasteros con sus caballerías que vengan de pueblo infestado, paren en la casilla de Eulogio Rullo.[2]
2.       Miedo al que se atreve a salir del pueblo: En el mismo día se toma la decisión de (…) que los vecinos de esta villa que vengan de los pueblos infestados, pasen a la casa de las lagunas de observación por los días que se les señale. Ahora hablamos de cuarentenas, pero Villafranca ya las aplicaba en 1854 a los que viniesen de fuera, distinguiendo entre forasteros y vecinos.
3.       Nervios que hielan el ánimo: Un caso particular puso en estado de alarma a esta Junta y desazonó a los vecinos. Comenzando la segunda quincena de octubre, llega a Villafranca, procedente de Quero, una mujer atacada de cólera, doña Joaquina Roca Mora Mazarambroz. Es alojada en una casa de las afueras, la de Justo Infante. Venía de asistir en el pueblo vecino a don Vicente Mazarambroz, quien murió de la misma enfermedad. Debieron considerar  difícil su recuperación y fue confinada en esa casa con las medicinas necesarias. El día 17, fue enterrada en el cementerio de la villa. Se redobló la vigilancia en los caminos de acceso. A pesar de este monumental susto, Villafranca permaneció libre de cólera todo el año 1854.
4.       La caída y la tristeza: El azote de la enfermedad sobrevino entre agosto y octubre de 1855. Villafranca contaba con una Junta de Sanidad experimentada y con un médico decidido. Ya hemos visto sus detalles.

                Imaginemos el miedo de los vecinos durante estos dos años. Primero recelando de todos que vienen de fuera, vigilando las entradas y exigiendo la correspondiente cuarentena a forasteros y vecinos viajeros. Terror, aislamiento, resignación y recurrencia al médico y a la oración. Si miramos antes en 1770 los ánimos estarían igual o más desgastados pues la mortandad fue muy, muy superior.

                Después de este relato de unos hechos pasados y reales en nuestro pueblo encontramos semejanzas en actuaciones y en respuestas sociales. Las cuarentenas fueron recurrentes cada vez que una amenaza invisible se cernía sobre una población ignorante. El aislamiento en casa fue una opción, especialmente de los potentados que se permitieron separarse de la sociedad mundana e infecta, un buen ejemplo es un grupo de jóvenes imaginado por Boccaccio que abandona la ciudad de Florencia, asolada por la peste, y viven una temporada vacacional contando historias. En nuestro caso los documentos estudiados no nos cuentan más que el aislamiento previsto de la comunidad ante los peligros de infección forastera. La dedicación de los médicos en casos de extrema necesidad como las epidemias está constatada en los esmerados informes que nos han dejado. La solidaridad de la comunidad aparece en diferentes momentos, en 1770 los más ricos pagaron un cirujano para ayudar a todos; en 1855 los mayores contribuyentes formaban parte de la Junta de Sanidad no sólo por su educación, fueron una manera de encontrar financiación rápida junto a las cuestaciones necesarias. Cuidado del ánimo de la comunidad, en todo momento, una sociedad sumida en el desánimo es una sociedad derrotada y las enfermedades se vencen con espíritu de victoria, luchando. Aquí podemos nombrar las órdenes de supresión del toque de difunto mientras el cólera estuvo en nuestra villa, los consejos del médico para que se hable con los enfermos procurando que no piensen en su dolencia. Por último, siempre aparece la gran regla: los más pobres siempre ponen más enfermos y más muertos, peor suerte aún suelen correr si además de pobres son niños, como los hijos de Juan Santos en septiembre de 1770.

La historia nos deja muchas lecciones y el tiempo nos da oportunidades de aplicarlas, aunque, si repasamos los hechos, veremos que la tenacidad del hombre en repetir sus pecados de egoísmo es inmejorable. Estamos ante la mayor oportunidad de entender nuestro Mundo y de mejorar soluciones que se han aplicado de manera puntual: la comunidad tiene un poder colosal, increíble, el esfuerzo individual aplicado al bien común, organizado y sin el veneno de los intereses particulares y tóxicos, alcanzaría cotas nunca vistas. La pena, la gran pena es que de nuevo se impondrá la resignación de lo que tenemos, de lo que hay.

Félix Patiño Galán



[1] Cruzando estos datos con el Catastro de Ensenada para Villafranca en 1752, podemos detectar el nombre y la situación de algunas personas.
[2] Archivo Histórico Municipal de Villafranca de los Caballeros. Actas de la Junta de Sanidad, Beneficencia y Hospitalaria. 08-10-1854. Aportadas y transcritas por Luis Oliver.

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