Acudimos 52 humanos y un millón de mosquitos (que nos
esperaban a la sombra), pero la tarde fue muy interesante. La primera parada
fue en el alto de los refugios antiaéreos, de excelente factura y muy buena
conservación desde la contienda del 36. Observamos la extensión de lo que fue el
aeródromo militar de la retaguardia republicana. Repasamos los momentos de su
construcción en 1937, la estrategia de defensa aérea de la II República y los
bombarderos Policarpov R5 que operaban en estas pistas. Terminamos esta parte
de la visita adentrándonos en las galerías subterráneas para observar su buen
estado de conservación.
Nos trasladamos al polvorín de Villafranca, donde Mari
Carmen Comendador nos explicó la historia que conocemos de este lugar. Una
antigua cantera de piedra arenisca que acaba siendo un depósito de pólvora y en
la guerra, de armas que sirven para surtir a los aviones del aeródromo. Sus
anchas galerías, excavadas en la roca están preparadas para mantener la pólvora
seca con un sencillo sistema de aireación. La colocación de sus depósitos en
greca aseguraba que, si se daba una explosión, no se extendería a otras
estancias.
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