El mundo de
después del paso de una epidemia no es el mismo. Las sociedades se vuelven
tristes, el ángel exterminador se ha paseado demasiadas veces por las calles.
La gente se ha cansado de asearse y de separarse unos de otros, incluso han
marcado las casas de los infectados para que no se abran nunca. Todos lloran y
al mismo tiempo respiran aliviados pues la parca no los ha señalado.
Inmediatamente,
un pensamiento ocupa las mentes, “y de lo
mío ¿qué?” el egoísmo se impone, el beneficio particular sobre el común.
Todos se dan golpes de pecho y se animan para analizar los hechos para ganar
con la experiencia, pero en su fuero interno perdura el convencimiento de que
el yo está por encima del nosotros.
El fin de una epidemia deja una realidad con menos
niños, con jóvenes sin esperanzas que han vivido la agria experiencia de la
muerte de sus semejantes y de la desesperación. Una epidemia pone al hombre de
frente con la verdad de su insignificancia frente a la Naturaleza, a la que ha
intentado esclavizar una y otra vez.
Con estas reflexiones quiero que nos centremos en las
epidemias de 1770 y 1855 en Villafranca. Ya hemos visto sus características
generales y ahora veremos los síntomas de estas enfermedades, sus tratamientos
médicos y los estragos humanos.
1770, Epidemia de llagas[1]
Los
villafranqueros de todas las edades, entre el otoño de 1769 y octubre de 1770
sufrieron una epidemia que dejó un rastro de cientos de muertos de todas las
edades y clases sociales. Según los médicos, los síntomas de estas llagas
fueron: fiebre alta, vómitos, delirios, dificultad en la respiración,
irritación de la cerviz, inflamación de las fauces y del paladar; llagas en la
boca, en la garganta y en el cuello que se ponen pálidas y cenicientas; hedor
en el aliento.
Estos síntomas
con mayor o menor grado, que bien pueden ser fiebres tifoideas o carbunco
bucofaríngeo, fueron tratados por los médicos don José Ferrer y don Joaquín
Aldea con los siguientes remedios:
1. Sangrías
para purificar la sangre y eliminar los malos humores. A los pocos días las
descartaron por los resultados nefastos que acarreaban.
2. Diaforéticos,
sustancias que provocan la sudoración, con el mismo objetivo que el remedio
anterior. Estibio diaforético y antimonio diaforético.
3. Infusiones
y tisanas de jacintos y alchermes, de verónica y flor de hipérico.
4. Tópicos
como tintura de quina y espíritu de vino; sal de plomo con cristal de tártaro,
que provocan la salivación.
5. Clísteres,
pediluvios y algún purgante.
6. Emplastos
como el ungüento de Zacarías[2],
para ablandar durezas.
Las causas
de esta plaga no aparecen en el informe que sirve de base a esta explicación.
Sólo podemos aventurar que como siempre, seguro que hay unas malas cosechas
previas, alguna crisis de abastecimiento de productos vitales o el consumo de alimentos
en mal estado.
Las consecuencias son cientos de muertos durante más
de un año conviviendo con la enfermedad y la desesperación de los
desfavorecidos. Los datos que tenemos apuntan a una mortandad desaforada en el
sector infantil. Los médicos explican las muertes de párvulos con las palabras
siguientes: (…) con las medicinas
propuestas se han curado a excepción de muchísimos niños, que éstos no han sido
capaces ni para gargarismos, ni para tocarlas con medicamentos con medicamento
alguno (…)[3]
Los niños no admiten las medicinas con la resignación de los mayores y se
niegan a tomar los mejunjes que saben mal y no les huelen mejor.
Dicho esto es evidente que la parte de la población
villafranquera más expuesta la componen los pobres y los niños. Gracias a los
datos de las ayudas del Gran Prior podemos mirar el gráfico siguiente:
Del total de los enfermos, la mitad o más son
párvulos y en éstos encontramos más niños que niñas. Recordemos que los números
corresponden sólo a los pobres que reciben ayudas, no sabemos de los vecinos
con medios propios para hacer frente a la epidemia. Resulta llamativo el
descenso de infantes enfermos en las últimas semanas.
1855 epidemia de cólera-morbo
Villafranca sorteó el primer azote de la enfermedad
en el verano de 1854, pero tuvo que hacer frente a una invasión de cólera entre
agosto y octubre de 1855.
Según el informe médico que existe en el Archivo
Histórico Municipal, los síntomas que sufrieron los villafranqueros en esas
fechas fueron: Borborigmos, diarrea, náuseas, vómitos, frialdad, calambres y
ansiedad; si la enfermedad persiste, alteración del semblante del enfermo y la
deshidratación que puede acabar con su vida.
El médico de la villa, don José Badino, contó con la
colaboración de la Junta de Sanidad de Villafranca que estaba constituida desde
el 10 de septiembre de 1854 y en agosto de 1855 presidía el alcalde don Pablo
López Pintado Cervantes. Esta Junta se encargó de proveer a la villa de las
medicinas necesarias y algún artículo más como arroz y mostaza, al mismo tiempo
hacían turnos de guardia por parejas en el Ayuntamiento para asistir al médico.
La actuación de esta Junta de Sanidad merece un capítulo aparte.
Las disposiciones sociales fueron:
1. Cuidar
del ánimo de la comunidad procurando minimizar la importancia de la enfermedad,
eliminando el toque de campanas a difunto y a funeral; prohibiendo las
reuniones numerosas de vecinos, especialmente, en espacios cerrados. La
comunidad, declarada la epidemia, se mostró muy abatida, poco a poco fue
remontando el ánimo cuando comprobó que la enfermedad era menos mortal de lo
temido.
2. Aconseja
el aseo de las casas, la curiosidad personal y la eliminación de las aguas
estancadas y encharcadas.
3. Recomienda
comer con parvedad y el cuidado en el consumo de frutas crudas.
Las
medicinas:
1. Píldoras
de opio, en porciones, que se mostraron muy útiles a la hora de relajar al
enfermo. Procurando retirarlas cuanto antes.
2. El
láudano en gotas, con el mismo objetivo.
3. Lavativas
de agua de almidón y láudano.
4. Infusiones
tibias con gotas de aguardiente.
5. Agua
fresca.
6. Botija
de agua caliente en la cama si el enfermo llega a la frialdad, en casos graves.
7. Baños
calientes y envolver al enfermo en una manta rociada con mostaza, para casos
muy graves, en peligro de muerte.
El contagio
del cólera se produce por beber agua o comer alimentos contaminados por heces
humanas infectadas. No se suele transmitir de persona a persona y los brotes
aparecen en torno a fuentes de agua contaminada y en momentos de mayor calor.
En el año 1855 ya se asociaba la enfermedad a las aguas estancadas, como hemos
comprobado en las disposiciones médicas aunque también se creía que era un
envenenamiento de sistema nervioso, del sistema sanguíneo o era culpa del aire
sin electricidad positiva. Hemos comprobado que, acertadamente, don José Badino
no pierde de vista la continua hidratación del enfermo con agua fresca e
infusiones.
Esta enfermedad se llevó 17 vidas en Villafranca
durante mes y medio y afectó a todas las edades, especialmente al grupo entre 20
y 30 años. Seguramente la más activa y por tanto más móvil de los
villafranqueros, la mayoría de entre los más necesitados.
Hay el
doble de mujeres invadidas que hombres. La razón de ello puede ser que las
mujeres están más en contacto con el agua en sus tareas de aquellos tiempos,
lavan, friegan, guisan y limpian el hogar. Don José Badino opina, sin embargo,
que hay más mujeres porque su temperamento natural es sanguíneo y nervioso,
según él, predispuesto para contraer esta enfermedad.
A
diferencia del anterior ejemplo de 1770, los niños parecen sortear con más
éxito la enfermedad. Con esta segunda entrega hemos visto dos enfermedades
contagiosas extenderse por Villafranca con sus síntomas y sus resultados. Los
esfuerzos de los médicos y la respuesta social. Nos queda un repaso a los casos
particulares, sostener la mirada a los
enfermos y a sus familiares. Lo veremos dentro de un tiempo.
Félix
Patiño Galán
[1]
APR IDG Secretaría. Legajo 772.
[2]
Ungüento de Zacarías: de color amarillo, con caña
de vaca, grasa de pato y de gallina, mucílago de semillas y aceite de linaza.
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