LA MUERTE DE LOS DRAGONES COMENZÓ EN VILLAFRANCA (25 de marzo de 1812)

 

Al enemigo silencioso, el que no grita al lanzar sus golpes ni resuella en la fatiga del combate, no esperes vencerlo con un lance de fuego. La boca que calla arde despacio, y el tiempo es precioso en estos lances. No prolongues la lucha más allá del crepúsculo, pues estos hombres ganan destreza en la oscuridad.

Hilario Franco Bastelo, Índice de índices. Capítulo de Mercurio en el espejo.

 

25 de marzo de 1812, una noche de primavera temprana, Céfiro pudo componer una velada agradable. Seguro que los protagonistas de estos hechos no se dieron cuenta del frío o de la templanza de aire. Cuando la vida está en juego muchos detalles pierden importancia. La guerra mostró su lado cruel y violento y, en pocas horas, todo apestó a pólvora y humo, a sudor y a sangre. Los gritos, las órdenes, los disparos, las carreras y los relinchos de caballos pusieron la banda sonora de esas horas en Villafranca.

Antes de comenzar con la narración de los hechos tenemos que definir dos nombres.

En primer lugar el término militar dragón. Los soldados arcabuceros que se desplazaban a caballo y luchaban a pie durante el siglo XVI fueron llamados dragones. Evolucionaron con el tiempo a regimientos de caballería ligera, armados con sable, pistola y carabina que combaten tanto a pie como a caballo. El ejército napoleónico extendió sus dragones en nuestro territorio por su capacidad de moverse con rapidez y su versatilidad.

 

El otro término militar es húsar. Los regimientos de húsares formaban una caballería de origen húngaro que luchó contra los turcos en el siglo XV. Sus armas fueron sable, lanza y armadura ligera. Los húsares se convirtieron en tropas de élite armadas con carabina, pistola y sable, perdieron su armadura y su lanza en aras de una mayor ligereza y se hicieron famosos por su manejo de la espada. Entre 1808 y 1814, muchos guerrilleros españoles fueron encuadrados en el ejército español como húsares libres.

          Las partidas de guerrilleros o húsares libres que intervienen en Villafranca en la fecha que estudiamos son dos, la de Francisco Abad Chaleco y la de Diego Martín Navarro, ésta última se nombra en los informes como Húsares libres de Camuñas, es la que lideró Francisquete, fusilado por las tropas francesas el 13 de noviembre de 1811.

Ahora, vayamos a los hechos. La base de este artículo son los informes[1] de los comandantes de las partidas, redactados poco después.

 En la tarde del 25 de marzo, la columna volante de Consuegra, llega desde Alcázar con destino a su base. La componen unos 90 dragones a caballo. El tiempo aconseja que la columna pase la noche en Villafranca. Se preparan para ello, ocupan la posada y seguro que muchas de las casas aledañas. Convierten la plaza del Ayuntamiento en su fuerte provisional. Clausuran los dos puentes de la plaza (Parra-Tesorero y Herencia-Virgen) sobre ellos y a sus lados cruzan galeras y carros requisados a los vecinos para prevenir un ataque por sorpresa. Hacen lo mismo en las calles próximas y apostan vigías en los alrededores. Sin embargo esa noche no dormirán, Marte no tiene sueño, va a juguetear con ellos y otros que vendrán después, pero sólo sonreirá a los españoles.


 

La red de espías de la guerrilla funcionó a la  perfección, fueron informados Chaleco y Diego Martín, que se encontraban con los suyos en Campo de Criptana. Esa misma tarde se pusieron en camino a Villafranca, la ocasión era única, la columna de dragones no tenía apoyo de la infantería, pues ésta tenía previsto llegar al día siguiente.

La caballería española pasa cerca de Alcázar mientras se pone el sol y avista las inmediaciones de Villafranca sobre las ocho de la noche. Allí estudian la situación del enemigo y cómo atacar. 

El primer enfrentamiento supone una demostración de fuego y orden francés. Los húsares libres acceden con dificultad al entorno de la plaza, se ven obligados a bajar de sus caballos y entorpecidos por las barricadas, reciben las primeras descargas de fuego francés. Dejemos que Chaleco nos cuente estos hechos:

(…) Esta operación la hacían a las bocas de los fusiles del enemigo que en nº de 30 o 40 hacían desde la posada el más vivo fuego que despreciaron mis soldados; con todo, viendo que para vencer esa penitencia, tenía que perder mucha gente, desistí de la empresa por este punto y la intenté por otro. En este tiempo, lograron dispersarse y montar todos a caballo, los que reunidos trataron romper lo que les permití, por parecerme más acertado batirlos en campo raso, en efecto después de varias tentativas por diferentes caminos, les dejé libre el de Camuñas vía recta para su cantón (…)

Los comandantes españoles ordenan retirada y cambian de estrategia. Los soldados franceses aprovechan el repliegue de la guerrilla, montan sus caballos y salen de lo que consideran una ratonera, pues, con el paso del tiempo terminarían rindiéndose. Chaleco, consciente de la situación, decide dirigir esta salida hacia el camino de Camuñas, en dirección a Consuegra, la plaza fuerte del ejército francés. El resto de las calles las taponan los guerrilleros.


Una vez en este camino, a caballo, en dirección al Oeste, se produce una primera persecución con fuego francés para alejar a la guerrilla y sin respuesta de ésta, que pacientemente los sigue. Volvemos a las palabras de Chaleco, él nos cuenta la persecución y la orden de ataque:

(…) el (camino de Camuñas) que pronto que le vieron desembarazado, emprendieron y con la misma celeridad avancé sobre ellos y mis soldados a porfía disputaban dar el primer golpe; tres cuartos de legua sostuvieron su retirada con el mayor fuego al que no contesté. Llegada la oportunidad de acometer vi con el mayor placer a la primer voz de a ellos a mis soldados, como furiosos leones sobre los que se hacían, pocas horas antes, invulnerables. Cubierto quedó el corto espacio que quedaba para la villa de Camuñas de cadáveres dragones. Viéndose ya en términos que la resistencia no los podía salvar, creyendo no ser perseguidos por ser en dirección a su fuerte, apelaron en desorden a los pies de sus caballos por lo que creyeron escapar, pero se engañaron: porque la sed insaciable de mis guerreros soldados en exterminar a los que lo hacen en nuestras leyes y derechos, no les dejó prever los peligros, sino que avanzando con mayor ardor, continuaron en carrera hasta entrar por las calles y llegar gran parte de ellos a las puertas del fuerte de Consuegra, en el que solos cuatro enemigos lograron entrar. Hasta este sitio se fueron haciendo presas de caballos y jinetes y entre ellos, en las inmediaciones de Madridejos, al comandante de la columna.

 Esta es la parte menos agradable de la gesta militar. La estrategia de Chaleco consigue un gran triunfo. Primero una persecución a distancia y, alejados de la población, la guerrilla ataca con todo, fuego de mosquete, sable y machete. Los franceses, en retirada, esperan que el enemigo se canse de perseguirlos, no es así, la perseverancia guerrillera sólo deja cuatro dragones en su fuerte de Consuegra (según el informe de Francisco Abad).

 Los números que resultan de la contienda son, según el comandante de los guerrilleros camuñanos Diego Martín Navarro:

El fruto de esta una empresa ha sido: 39 enemigos muertos, incluso un oficial; 48 prisioneros, entre ellos el comandante, un teniente, un alférez, varios sargentos y cabos, con muchos de ellos heridos; setenta caballos, armas y fornituras[2].

Nuestra pérdida sólo ha sido haber muerto el cabo de tiradores Francisco Navarrete, el que por su demasiado ardor y patriotismo dio término a su vida en el campo del honor. Los heridos, gravemente don José Díaz, teniente de la quinta compañía, superficialmente el sargento segundo Juan Isando, y un trompeta; y del escuadrón de mi mando, heridos en la forma anterior, el exponente, su ayudante don Pedro Sánchez, con un cabo.

La siguiente acción se desarrolla de nuevo en Villafranca, los húsares vencedores recogen cadáveres, heridos, caballos y armas y regresan al lugar donde la batalla comenzó. En Villafranca se atiende a todos, franceses y españoles con el honor de militares después de la batalla. Hombres heridos y cansados reciben la atención y el cariño de un pueblo que no ha guerreado ni ha estorbado en el comienzo de la refriega. He aquí, de nuevo, las palabras de Chaleco hablando del trato que ha dado a sus prisioneros franceses:

(…) los he mirado aún con más humanidad que me previenen las sabias leyes de la guerra y que sé guardar. Todos debieron morir por su obstinación en no rendir las armas, procurando muchos de ellos ofender a los mismos que les acababan de conceder la vida, y en medio de todo esto los perdono y consuelo en su suerte. Llevo en mis propios caballos a cuantos no pueden marchar, y últimamente son socorridos en sus heridas antes que mis valientes soldados; de cuya verdad son buenos testigos los vecinos de Villafranca, teatro de esta batalla.

 

Queda un último detalle, al día siguiente, el general Brenot, comandante de la plaza de Consuegra, envía un oficio a Francisco Abad pidiéndole un trato considerado a los prisioneros franceses, le ofrece 4000 reales para atender las urgencias de sus oficiales y soldados y ruega un listado con sus nombres. A todo accede Chaleco tomándose el tiempo necesario para cobrar la suma ofrecida y elaborar la lista de prisioneros a los que tratará con cuidado.

            La guerra ha pasado por Villafranca, han sonado la pólvora, los gritos, las cabalgadas. Después, con el alba y la mañana, las quejas de los heridos y las órdenes, los movimientos cansinos de los vencedores. Parece que no hay destrucciones ni heridas entre los villafranqueros. Muchas bajas, muchas vidas perdidas en una escaramuza que ha servido para recordar al terrible ejército francés que no es tan fuerte y a los húsares españoles que hay esperanza. Nada más.

Félix Patiño Galán 07-09-2020


[1] Archivo Histórico Nacional, DIVERSOS-COLECCIONES, 131, N. 16. Partes dirigidos al jefe del Estado Mayor del 5º y 6º ejército de la acción llevada a cabo el 25 de Marzo de 1812 en Villafranca de los Caballeros por Francisco Abad "Chaleco" y Diego Martín Navarro. (PARES).

[2] Correaje y cartuchera que usan los soldados (RAE).





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