LAS EPIDEMIAS Y LA RESIGNACIÓN DE LOS HUMILDES – 1


¿Sabían que las enfermedades infecciosas son consecuencia del aumento de la población humana sobre la Tierra?

                Mientras los hombres vivían organizados en pequeños grupos de cazadores y recolectores, siguiendo las leyes de la Naturaleza, no sufrieron infecciones de contagio. En estas sociedades prehistóricas se sufrían roturas de huesos, malas digestiones o tumores que se sanaban con la intervención del brujo, que lo mismo entablillaba una fractura que se relacionaba con el mundo de los espíritus para buscar el equilibrio en el alma del enfermo. Así durante cientos de miles de años.

                En fechas más próximas, entre los 12000 y 9000 años antes de Cristo, los hombres aprendieron a vivir de la agricultura y de la ganadería. Comenzaron a utilizar la naturaleza para su beneficio. Con el aumento de la producción de alimentos, los poblados crecieron y en ellos convivían más humanos con sus animales de ganadería y de compañía, ya había ovejas, gallinas y mulos en los establos, y perros y gatos en casa.

               La convivencia de numerosos humanos y animales favoreció la transmisión de enfermedades de origen animal al hombre: la tuberculosis y la viruela de ganado bovino, el sarampión del moquillo canino y bovino, el resfriado, de los caballos, gripe, paperas, cólera, salmonela, hepatitis… se movieron con libertad dentro de los poblados y las ciudades.

                Las epidemias fueron contagios masivos propiciados por una crisis previa que debilitaba a la población o la exponía al contagio general: malas cosechas, hambres, rutas comerciales que ponen en contacto puntos muy alejados con poblaciones que no tienen determinados anticuerpos, migraciones de animales portadores de enfermedades, etc.

                En épocas históricas, nuestro mundo próximo recuerda muchas epidemias. Éstas se entendían como castigos de los dioses provocados por algún pecado de la clase dirigente o un vicio de la sociedad en general. Algunos se atrevían a cuestionar la causa divina y echaban la culpa a la falta de alimentos, al consumo de agua contaminada o a la suciedad de los barrios pobres de la ciudad.

             En la segunda mitad del siglo IV a. C. una plaga asoló las tierras de la Grecia clásica. Pudo ser tifus o viruela. 
            Más tarde, todo el Imperio romano sufrió la “Peste Antonina” entre los años 165 y 180 d. C., seguramente una epidemia de viruela. Las tropas de oriente fueron las portadoras de la infección que se extendió por el Imperio. 
           Ya en los años 541 a 543 en el Imperio Bizantino aparece la peste bubónica “de Justiniano”, según Procopio, historiador de la época, morían entre cinco y diez mil personas al día. 
        La peste más recordada en nuestra historia es la “Peste Negra” de mediados del siglo XIV (1346-1353), la reacción de la sociedad europea fue de desconcierto, como ahora con el coronavirus, se ignoraba el origen y la terapia de esta nueva enfermedad. Afectaba a todas las clases sociales aunque siempre se cebaba con los desfavorecidos. La mortandad tomó tonos apocalípticos, la península ibérica pudo pasar de seis millones de habitantes a menos de tres. 
         Entre 1855 y 1900 la peste resurge, esta vez en la región china de Yunán y se extiende por Cantón, Hong Kong, la India, Asia Central, Sudáfrica, América y Australia. Ya se conocía la enfermedad y algunas curas. 
          Estos hitos son muestra de la recurrencia pertinaz de la epidemias y la voluntad humana de no aprender de su historia.

                Ahora, miremos en nuestro entorno, dejemos a un lado los grandes números. ¿Ha tenido Villafranca epidemias que recordar? ¿Cómo las ha encarado? ¿Cuáles han sido sus servicios médicos? ¿Qué grupos sociales han sido más castigados?

                Los archivos históricos suponen una fuente inmejorable de información y han señalado una fechas concretas que merecen un repaso en este escrito. Sigamos sus palabras.
            Primer momento detectado: 1684, el 2 de julio; el Ayuntamiento de Villafranca apodera a ocho personas, abogados, procuradores y agente de negocios para que en su nombre se presenten ante el rey o señores de sus reales consejos y supliquen que se le perdonen, atrasen o relajen los pagos que debe la villa a la Real Hacienda, alegando que deben:

(…) significar la extrema necesidad que esta
villa y sus vecinos han padecido y padecen de presente a causa
de la esterilidad de los tiempos falta de frutos de pan y vino ga-
nados de lana y mular de la labor por no tener otros de con-
sideración, tratos ni comercios y haber muerto muchas personas
y de presente haber más de trescientas enfermas y asimismo
la mayor parte de los ganados mayores de labor y de lana y
haberse arruinado muchas casas en el todo y otras en par-
te quebrando, sin quien las habite así por haberse ausentado sus due-
ños como por haber muerto otros muchos de hambre y necesidad (…)[1]

                Es una aproximación a un momento difícil para el pueblo a través de un breve documento. Ayudados de afirmaciones como la de Trevor Dadson: La vuelta de la peste a Andalucía Oriental entre 1676 y 1685, el mal tiempo y las desastrosas cosechas de 1682 y 1683 que volvieron a encender el contagio, y la llegada de la peste a La Mancha en 1684[2], podemos inferir que se trató de un brote de peste. No tenemos más datos y esta cata en la historia del XVII, se acaba aquí, por ahora.

                Otro momento epidémico de Villafranca ocurrió en 1770, reinando Carlos III, un esmerado informe de este suceso da testimonio bien documentado de una mortandad registrada entre octubre de 1769 y octubre de 1770.

                El dos de julio de 1770 el cabildo y clero con la Justicia y Regimiento y el Procurador síndico, todos de Villafranca, dirigen una carta de petición de ayuda al Prior, el Infante don Gabriel de Borbón, en la que se quejan de que en
La villa hay una epidemia de enfermedades y contagios tan malignos y perniciosos, así de tabardillos como de enginas y especie de garrotillos (…) han fallecido 175 personas (…) el pueblo se halla contristado y en la mayor aflicción (…) [3]

Todos ellos piden ayuda: un refuerzo de los servicios médicos, pues don José Ferrer y Claudio Fernández Toribio, médico y cirujano, están desbordados con su trabajo y según los firmantes, están “confusos y aturdidos y aún acobardados”; además piden que se tenga en cuenta a los más necesitados por ser ellos los que sufren la mayoría de los contagios y los fallecimientos.

                El Infante, como buen reformista e ilustrado, es sensible a las necesidades de Villafranca, ha sido bien informado y reparte su ayuda a esta villa junto con otras tres más, afectadas por los mismos males, Consuegra, Argamasilla y Alcázar.

                La ayuda llega de dos maneras:
1º el refuerzo médico. Villafranca contaba con un médico titular y un cirujano ya nombrados a los que se añaden don Joaquín Aldea, médico titular de la villa de Miguel Esteban y Canuto de Vega Fernández, cirujano de Dos Barrios, formando un equipo con facilidades para conseguir la farmacopea que necesite.
2º La ayuda a los pobres que será en efectivo: 3 reales de vellón por enfermo y día que sea afectado por la enfermedad y 2 reales por enfermo párvulo. Se tenía la idea de que los menores necesitaban menos que los adultos.

Los informes y cuentas que aparecen en el expediente arrojan unos datos que debemos tener en cuenta por los detalles que atesoran. Cada semana el Párroco Prior de Villafranca y los Alcaldes deben enviar al tesorero de Su Alteza un informe completo con los sujetos de esta ayuda y los días que la han percibido. Algunos datos están en la tabla siguiente:

 Fecha
Socorridos
Fallecidos
Recuperados
Siguen
Septiembre 1769 a julio 1770

175 personas grandes y pequeñas


4 de agosto de 1770
53 enfermos, 40 pobres 



10 de agosto de 1770
51 enfermos, 40 de ellos pobres.
45 muchos son de 7 y 8 años
Muchos parvulillos de 2 a 4 años


5 a 21 de agosto
116 (58 párvulos – 33 varones)[4]
10
80
26
22 a 28 de agosto
55 (26 párvulos – 20 varones)
5
20
20
------




5 a 11 de septiembre
28 (16 párvulos – 12 varones)
0
5
23
12 a 18 de septiembre
35 (20 párvulos – 11 varones)
3 (todos de llagas)
11
20
19 a 25 de septiembre
43 (30 párvulos – 18 varones)
5
8
30
26 de septiembre a 2 de octubre
38 (24 párvulos – 14 varones)
4 (3 párvulos)
14
20
------




10 al 16 de octubre
26 (13 párvulos – 6 varones)
0
9
17
17 al 23 de octubre
29 (16 párvulos – 7 varones)
2
10
15
24 a 30 de octubre
26 (9 párvulos – 7 varones)
1 (párvulo)
11
14
3 de noviembre
Quedan 5 enfermos de curación dilatada



Mortalidad total

240 (+ estimados 60)= 300


 
Los datos que faltan, simplemente no están en el expediente que se custodia en el Archivo de Palacio. Nos llama la atención la elevada mortandad registrada que es sólo una parte del total estimado. Los números a partir del 5 de agosto son sólo de pobres pues justifican los desembolsos del Prior.

                Los trabajos de este equipo médico y la obediencia y humildad de los habitantes consiguieron que la epidemia se diese por terminada a principios de octubre. Sólo se mantuvo la ayuda a cinco personas que tenían “curación dilatada”.

                Los números se pueden apreciar mejor en el gráfico que sigue. El “pico” de la epidemia se sufre en el mes de agosto, la columna de 5 a 21 excede de una semana. Sólo disponemos de los datos e informes que exige el Prior desde mediados de julio.

Las tareas de los médicos, sus medicinas, sanaciones y aspectos sociales los dejaremos para una próxima comunicación. Ahora nos quedamos con la duración de la epidemia, más de 12 meses, con la respuesta de la administración y con el final a la llegada de los fríos.


                Con muchas preguntas por responder, y sin cambiar de lugar, saltamos en el tiempo y nos trasladamos al siglo XIX, otro informe médico nos explica qué ocurrió en el verano y otoño de 1855.

Es el reinado de Isabel II, el Bienio Progresista, España se sigue modernizando con la Ley de Banca, la Ley de Ferrocarriles y la desamortización de Madoz. La Guerra de Crimea obliga a mirar a Oriente y de refilón se observaban datos inquietantes sobre brotes de cólera que no tardan en aparecer en diferentes sitios de España. Los años 1854 y 1855 fueron los más fatales, especialmente en tiempo de calor.

Villafranca 1855, médico titular, don José Badino. Como la mayoría de la clase médica de la época empezaban a sospechar las causas de  la enfermedad que postraba a los invadidos y les cambiaba el aspecto y el genio. Sus medidas fueron bien obedecidas por el Ayuntamiento y por el cura. Se pregonaron unas normas generales y se cuidó mucho el aspecto anímico de la población en general y de cada enfermo en particular.

Esta epidemia, muy bien prevista, se extendió desde el 9 de agosto al 9 de octubre de 1855. El día 15 de octubre se ofició un Tedeum en la Iglesia que agradecía el final del brote. Se contabilizaron 77 invadidos por la enfermedad. 40 leves y 37 graves. 23 hombres y 54 mujeres. Murieron 17 personas, de estos, 3 por recaídas y 5 por dilatar su aviso al médico, cuando éste llegó, los encontró ya cadáveres.

Los datos de esta epidemia son positivos si los comparamos con los dos momentos anteriores. El tiempo es distinto, la preparación médica es mejor y las medidas bastante más efectivas. Ya lo detallaremos.

Las epidemias, siempre temidas y dolorosas han sido la consecuencia de momentos críticos. Todas las generaciones han recordado alguna o varias en el peor de los casos. Y ahora, el hombre actual ha llegado a pensar que es todopoderoso, la naturaleza aunque debilitada, tiene una fuerza colosal.

Seguiremos hablando de estos momentos difíciles.

Félix Patiño Galán



[1] Archivo Histórico Provincial de Toledo. Protocolos Notariales. 23186 – 9324.
[2] DADSON, Trevor J. Los moriscos de Villarrubia de los Ojos (siglos XV – XVIII). Historia de una minoría asimilada, expulsada y reintegrada. Iberoamericana – Vervuert – 2007 – 978-84-8489-235-9. Página 759.

[3] APR IDG Secretaría 772. Petición de clero y Ayuntamiento.
[4] Los números de párvulos salen del total y los de varones, de los párvulos. Se presenta así para entender la proporción de menores entre los afectados por las enfermedades.

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